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El Pacto

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el invitado
Cuento corto #3 – Hive

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Hace mucho tiempo, los árboles tenían graves problemas para comunicarse entre sí. Si bien sus hojas hablan, muchas veces la distancia entre los árboles es demasiado grande como para que logren escucharse. Sobre todo, por información que es de público conocimiento: las hojas solo pueden hablar bajito y no saben gritar.
A veces los árboles quieren decir algo, las hojas logran acercarse y expresarlo, pero el viento es tan fuerte que se vuelve difícil que puedan escucharse. En algunos casos el árbol vecino termina recibiendo un mensaje diferente al que fue dicho, como el juego del “teléfono descompuesto”, pero sin que sea juego y provocando más de un problema entre nuestros leñosos amigos.
La comunicación a distancia también existe, ya que las hojas desprendidas y arrastradas por el viento pueden llegar a acercarse al destinatario del mensaje. Pero no siempre se puede esperar al otoño para enviar los mensajes, y no siempre el viento sopla en la dirección que el árbol emisor del mensaje necesita. Como ejemplo está aquel caso del Ceibo, que quería invitar a sus amigos a su cumpleaños, pero para cuando llegó a los diversos destinos la convocatoria, la fecha del festejo ya había pasado. Y no solamente unos días, habían pasado tres meses humanos. Aclaro por si desconocían, los árboles cuentan los días de manera diferente a los humanos: podría decirse que las lluvias son sus días, las estaciones son sus meses y cada anillo de su tronco sus años.

En pos de solucionar el problema, se acordó una asamblea de los Tipuana Tipú, los Árboles Ancianos que formaban el Círculo de la Sabiduría. ¡El inconveniente que tenían en la asamblea era doble! En primer término, siendo el problema a resolver la comunicación, necesitaban sí o sí contactarse para encontrar la solución. Y también, como la mayoría de los árboles de la asamblea eran muy grandes de tamaño y también de edad, sumado a lo distraídas que son las hojas, los tiempos para que todos recibieran la información de cada diálogo se extendían muchísimo.
Si bien había buena predisposición de parte de todos los miembros de la asamblea, llevaban más de treinta años humanos sin llegar a ninguna determinación. Durante ese tiempo los árboles fueron, sin proponérselo, hogar de miles de pájaros. Pájaros y árboles convivían, pero no eran amigos: los ancestros de los árboles y pájaros habían tenido una gran pelea mucho tiempo atrás y desde hacía miles de años que no se dirigían la palabra.

En un momento de la reunión, nace Ignacio. Un Hornero que no pensaba igual que sus ancestros: él, contra la voluntad de sus padres y abuelos, hablaba con los árboles. Y, aunque muchas veces los árboles lo ignoraban o lo rechazaban de forma hostil, se hizo amigo de un Eucalipto, varios Acer y otros árboles del bosque. También generó buena relación con Delfina, una joven Tipuana Tipú, hija del miembro más reciente de los Árboles Ancianos. A ella tampoco le permitían hablar con los pájaros, después de todo, su linaje consideraba imperdonable lo que había pasado en esa gran pelea con las aves de hacía tantos años. Pero a ella no le importaba, consideraba agradables a los pájaros, y en especial a Ignacio.
Enterado de la situación y el motivo de la asamblea, Ignacio reflexionó y ofreció algo controversial a Delfina: él sería la voz de los árboles. Él se ofrecía a enviar los mensajes para resolver la asamblea. Con argumentos convincentes, Delfina logró que su padre propusiera a Ignacio como mensajero en la asamblea. Los árboles desconfiaron, porque podrían llegar a enviarse mensajes falsos o simplemente que los recados no llegaran nunca. Delfina, al recibir las novedades de tal desconfianza, se comunicó a través de Ignacio con su abuelo, el Árbol Anciano Mayor, que estaba físicamente muy lejos de esa parte de la familia y hacía años que no tenía noticias de su preciada nieta. Al escuchar las palabras de Delfina en la dulce voz de Ignacio, el viejo se sintió tan conmovido que no tuvo más opción que aceptar la propuesta del pájaro como mensajero. Para calmar las aguas, porque muchos árboles aún no estaban de acuerdo, advirtió que iba a aceptarlo a prueba por un tiempo.
Y así, Ignacio fue transmitiendo mensajes. La comunicación en la Asamblea pasó a ser rápida y eficiente. Tanto se mejoró y se sorprendieron los participantes que algunos árboles, que al principio estaban en contra de la idea, le pidieron a título de favor personal a Ignacio que envíe mensajes particulares a otras zonas. Ignacio voló por casi todas las áreas del Bosque del Gran Lago enviando noticias y novedades a los árboles. Muchos lo rechazaban y otros estaban agradecidos, pero él no se detenía, siempre seguía transmitiendo los mensajes, creyendo firmemente en que pájaros y árboles realmente podían ser amigos y ayudarse mutuamente.
En esa época, las semillas y las frutas de los árboles no eran ni sabrosas ni apetitosas, pero la felicidad y alegría de ir recibiendo información de manera rápida y amigable fue penetrando la savia de los árboles y haciendo sus frutos y semillas deliciosos para los pájaros y otros animales. Viendo lo bueno del trabajo de Ignacio, otros pájaros fueron también ofreciéndose para transmitir mensajes entre árboles, uniendo familias distanciadas y generando vínculos entre árboles que hacía mucho que no se comunicaban.
Más funcionaba esa dinámica, más ricas las semillas y las frutas. Los árboles pasaron a ser los principales proveedores de alimento y hogar de sus amigos pájaros, y los pájaros se convirtieron en su voz y sus palabras, formando lazos y una amistad inseparable que dura hasta el día de hoy.

El Invitado

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Cuento corto #2

El Invitado

En ese momento pensé: «Yo no puedo estar pensando en esto».

«Yo no puedo (¿Yo?) estar pensando (¡¿Otro Yo?!) en esto».

Sentí que en mi cabeza se producía una especie de cortocircuito seguido de una explosión, como cuando un niño emocionado empuja la primera pieza de un efecto dominó gigante. Me fui percatando que mis oídos escuchaban sonidos que se condecían con lo que mis ojos veían en la televisión, mi boca se sentía seca, mi tacto estaba aburrido y los dedos se distraían con los botones gomosos del control remoto, mientras los pensamientos se debatían entre «¿qué se come hoy?» y «estos botones los deben hacer así de sensuales al tacto para que nos guste usar el control remoto y veamos más televisión». Toda la escena sucedía como si “yo” no participara.

De repente, bajaron sensaciones desde mi cabeza por mi columna vertebral hacia diferentes partes de mi cuerpo. Mi mente reaccionó confundida como si algo sospechoso sucediera, mis ojos quitaron la mirada de la tele para ver si estaba la ventana abierta y luego revisaron si tenía puesta la ropa: la ventana estaba cerrada, y el cuerpo estaba vestido. La mente dudó unos tres segundos más, pero finalmente volvió a entretenerse con la televisión.

Las sensaciones corporales me comunicaban una información, pero sin usar palabras. Lo primero que “oí” fue:

—Hola, mucho gusto. Soy Roberto, tu gestor de pensamientos.

La cabeza se me dobló para la izquierda, los ojos miraron para arriba y después de otros tres segundos de nuevos chequeos de ventana y ropa volvieron la atención a la pantalla.

La voz prosiguió.

—Me voy a comunicar por acá, por las sensaciones corporales, porque es la única forma que tengo para bypassear los pensamientos. Mantengamos a los pensamientos fuera de esto, que sigan en la televisión y conversemos un rato de esta manera: vos comunicate conmigo con unos símbolos inentendibles para la mente que te acabo de enseñar, y yo te envío mi parte por el cuerpo con las sensaciones.

Tomé el cuaderno que siempre tengo a mano para escribir mis ideas y comencé a garabatear unos símbolos. Me surgieron unos pensamientos que decían «¿Qué le pasa ahora?» y luego la mente concluyó: «Estoy aburrido, se ve», con lo que rápidamente perdió el interés en el cuaderno y los inentendibles símbolos y volvió la atención a la televisión.

Le escribí a ese tal Roberto:

—Mucho gusto, Roberto, soy Eduardo… ¡creo! ¿Qué querés decir con esto de que sos mi gestor de pensamientos?

Las sensaciones brotaban de diferentes partes de mi cuerpo con toda la info: me contó que, principalmente, se encarga de grabar y repetir escenas para que la mente las muestre. Las imágenes que los pensamientos muestran se generan según él las recuerda y, a veces, como no puede procesar tanta información, les baja la calidad a las imágenes o cambia detalles de los recuerdos («insignificantes», según él). Me dijo que las respuestas que da la mente siempre lo hacen con información previamente procesada. Y me confesó que él, Roberto, tenía como principal trabajo el de mantenerme lo suficientemente activo como para que yo pudiera seguir vivo, y él mantener su puesto de trabajo.

Garabateé más símbolos y le pregunté:

—¿Cómo es que hasta ahora vos y yo no habíamos hablado, Roberto?

—¡Porque estás siempre muy ensimismado en tus pensamientos! En ese momento que dudaste sobre tu participación en los pensamientos, barajaste la posibilidad de ser “el que recibe” los pensamientos. Si eras ese, te preguntaste quién los estaba generando.

»Llegaste a la conclusión de que no podías ser el que los recibe y los genera a la vez. Tras ese vislumbramiento, se produjo un conflicto neuro-psico-emocional, se te trabó una parte eléctrica del cerebro y ahí me conociste. No pensaba que fuera posible que pasara esto, pero se ve que pasó.

—Pero, Roberto, ¿Vos decís que no estoy en control de mis pensamientos, y que ellos de alguna manera me controlan a mí? A mí me parece que… —Me corrió una sensación por todo el cuerpo que era como una risa que surgía desde adentro. Alguna vez alguien se rió de mí, ¡pero nunca había sentido que se rieran desde el interior de mi cuerpo!. Cuando se calmó la sensación, Roberto me transmitió:

—No quiero arruinarte la noche. Sólo te voy a decir que mayormente tus pensamientos te van llevando para donde quieren. Básicamente, soy yo el que te va llevando. Lo malo es que no te puedo dirigir hacia los lugares que yo quiero ir…

Aunque no entendía bien, me dio un poco de pena.

—¿Qué son los sueños Robert? ¿Te puedo llamar Robert?

—¿Robert? ¿Por Roberto? Nunca lo había pensado. Sí, está bien, podés llamarme así.

»Sobre los sueños, son lo más parecido a un descanso para mí. Tené en cuenta que desde que te identificás conmigo, yo trabajo todo el día proveyendo a la mente la materia prima de los pensamientos, buscando en tus recuerdos, organizando memorias, haciendo tareas de limpieza de información, etcétera. Tené presente esto: nunca pensaste algo que no fuera un derivado de imágenes, sonidos, etc. que ya conozcas: agregando, quitando, uniendo y separando pensamientos; siempre intento que sea lo más interesante que se pueda, según tu depósito de memorias y lo que me indica mi manual de procedimientos. Así que aprovecho y durante la etapa de sueño no me esfuerzo demasiado. Hago una especie de collage bizarro con cosas a las que tengo fácil acceso, sin fijarme mucho en la lógica y la estructura espacio-temporal.

¡Me sentí aliviado porque mis sueños siempre eran un delirio… aliviado y un tanto decepcionado… mi Robert es medio vago!

—¿Y qué pasa entonces con las situaciones que no incluyen los pensamientos, como por ejemplo la experiencia del momento presente?

—No sé mucho de ese tema, eso vas a tener que charlarlo con Juan Carlos, del departamento de “Efímeros e instantáneos”. —Sentí que con esa información me transmitía algo de tristeza y melancolía… ¿sería que a Robert le hubiese gustado trabajar en ese puesto?

—¿Qué te gusta a vos, Robert?

Las sensaciones que recibí tenían una alegría infantil y algo de ternura.

—A mí me gusta pintar paisajes y me atrae la equitación. Lo que pasa es que este trabajo es altamente demandante y tengo poco tiempo libre…

Sentí un poco de pena por Robert. Yo sabía que pensaba demasiado, casi todo el tiempo. Que la mayor cantidad de pensamientos e ideas con las que jugueteaba eran totalmente inútiles y en muchos casos incluso perjudiciales. Me prometí hacer un esfuerzo por darle más tiempo libre a Robert.

—Una cosa más, Robert…

De repente, mi cabeza se sacude rápidamente como si me estuviera quitando nieve del pelo. Miro unos símbolos raros que están en el cuaderno que tengo enfrente. «¿Cuándo escribí esto? Es como si me hubiera dormido pero sin dormirme, como si me hubiera “ido”… qué raro. Me siento liviano y con una linda sensación en el cuerpo. Bueno, esta serie que me recomendaron no está tan mal, voy a ver el siguiente capítulo…»