
Cuento corto #5
La esencia de un pozo
Este es un buen lugar para cavar un pozo.
Decían que esa era su frase más repetida. Para el momento en que la conocí, creo que tenía en su haber más de tres mil pozos cavados, con diversas profundidades, formas y en diferentes tipos de suelos.
El pozo, decía, tiene su esencia por carecer del material circundante; el pozo es la negativa de lo que lo rodea.
Yo la miraba. Ella me sonreía mientras sostenía una pala en su mano.
Un pozo, continuó, tiene el objetivo de encontrar algo: agua, petróleo, una papa… O el objetivo de arrojar algo dentro y a veces taparlo: una semilla, un cuerpo sin vida, un tesoro.
La miré. Tenía sentido, pensé, y me atreví a preguntar:
¿No es medio negativo estar tan relacionada con los pozos? Por ejemplo, me viene a la mente la frase “pozo depresivo” o “pozo sin fondo”.
Ella me miró y sus ojos se arquearon en una sonrisa delatando que ya le habían hecho esa pregunta antes. Sin embargo, en vez de escuchar una respuesta predefinida de su parte, como una grabación de cassette, escuché palabras que me resultaron frescas; incluso sentí que su respuesta estaba especialmente dirigida a mí.
La gente muchas veces confunde el pozo con su propia existencia, dijo. Y eso de un “pozo sin fondo” claramente es un error de definición, de concepto. Porque, si no tiene fondo, no es un pozo, es un tubo.
Nunca lo había pensado así. Me quedé sorprendido. ¿Cuántas otras frases históricas, que se dicen millones de veces como ciertas, puede que estén tan equivocadas como la del “pozo sin fondo”?
Cuando alguien me dice “pozo depresivo”, siguió explicando, intento que obtengan una nueva perspectiva. Les pregunto ¿por qué no dejarse atrapar y sostener por la tierra que está en el fondo del pozo en vez de luchar para escaparse? Esa pelea, esa resistencia, generalmente provoca efectos más perjudiciales que beneficiosos. Les digo que pueden convertirse en un tesoro en el fondo del pozo. Cuando yo estuve deprimida, sentí estar en un pozo. Y llegué a lo que sería “tocar el fondo”. Fue interesante que ahí estaba el fondo del pozo para recibirme. En ese momento me tiré al suelo y me di cuenta de que más abajo no podía ir.
Ella hablaba y gesticulaba apasionadamente, casi podía entenderle de sólo ver sus señas.
Aunque quisiera o sintiera que seguía cayendo o bajando, el suelo estaba ahí para sostenerme; me dije: puedo ser un cuerpo pudriéndose en una tumba o puedo convertirme en tesoro.
Eso suena muy poético y lindo, dije… pero la gente no es un tesoro; la gente es carne, huesos, sangre, deseos, pensamientos, historias…
Para mi sorpresa, ella asintió varias veces con la cabeza mientras yo hablaba.
Y miserias, agregó, dolor, enfermedad, arrepentimientos, pesar, y más… pero puedo contarte qué me pasó a mi… ¡o lo dejamos acá y listo!.
Sus palabras me llenaron de un optimismo infantil. Así que un poco divertido con la situación, y otro poco intrigado, le pedí que me contara más.
Un tesoro tiene valor, continuó hablando, y generalmente un tesoro está oculto. Casi seguro al escuchar la palabra “tesoro” tu mente viaja a la imagen de un cofre de madera repleto de monedas de oro y joyas dentro. En ese momento, en el momento de mi “pozo depresivo”, yo me veía como ese cofre de madera con herrajes metálicos y tapa curva, pero sin cosas de valor en su interior. Ahí fue cuando me dije: si tan sólo puedo ver una pepita de oro dentro, aunque sea una pepita muy chiquita, yo pasaría a ser un tesoro escondido en un pozo. Y con esa idea en mente busqué dentro de mí, dentro de ese “cofre”, alguna característica que fuese de oro, algo que yo considerase de valor. Busqué en mí algo que me gustara y que apreciase. Para encontrarlo usé el truco de ver lo que me gusta en otros y luego buscarlo en mi. Algo pequeño: mi risa, mi manera de respirar, mi trato con los animales, mi manera de saludar… cualquier pepita de oro en mi interior. Y, tras encontrar esa pepita…
La interrumpí porque me interesaban los detalles. Quería saber cuál había sido esa primera pepita.
Mi primera pepita, me dijo sonriendo, fue mi comportamiento con el agua: nunca dejo canillas goteando y siempre intento no desperdiciarla. Me pareció una buena pepita
En ese momento hizo una pausa y luego prosiguió.
Así fuí buscando más y más pepitas dentro de mi, dentro de mi cofre, hasta que me di cuenta de que había muchas. Mirando bien, encontré incluso monedas de oro y, tras un poco de práctica en el buscarlas, fueron apareciendo las joyas y piedras preciosas… así que, tras usar la misma lógica y honor a la verdad que busco aplicar con los demás, no me quedó más opción que autoproclamarme un verdadero tesoro. Cada día recordaba y repasaba el contenido del tesoro… hasta que un día decidí compartir ese tesoro con los demás.
Me gustó su historia, sus detalles y sus aclaraciones. Le agradecí y me despedí amistosamente. Ella siguió cavando. Yo me fui a encontrar mi tesoro.