
Destinado

Cuento corto #14
Destinado
Primero se escuchó el crujir de la madera. Poco después, el estruendo provocado por la caída de aquel árbol gigante. Cuando tras esto, Basuki, un joven árbol Menara, recibió los rayos del sol sobre sus hojas, comprendió lo que estaba pasando: era el momento de crecer.
En la selva tropical, la mayoría de los árboles jóvenes no prosperan, ya que la luz que se filtra entre las hojas de la vegetación de gran altura es casi nula. La caída de un árbol enorme suele formar un pequeño claro que permite el paso de la luz, dando la oportunidad a que un puñado de afortunados jóvenes puedan desarrollarse.
Con esta suerte Basuki comenzó su adolescencia, siempre mirando al sol, acercándosele poco a poco.
Ya desde semilla, todo árbol recibe la información de que llegar al sol es su objetivo vital, su destino.
Cada día Basuki, como todos a su alrededor, observaba al astro con deseo. Y, cuando caía la noche, observaba a las estrellas que se desplegaban en su cenit, aguardando que se presente el sol de la mañana.
Las lluvias y las estaciones pasaban. El joven iba camino a convertirse en un árbol adulto, pero el sol seguía viéndose muy muy lejano. Muchas veces dudaba de su meta y de su finalidad. Con la llegada de la madurez, esa desconfianza fue acrecentándose. «¿Qué sentido tiene esta existencia vertical, inmóvil y dependiente de los caprichos del clima?», se preguntaba una y otra vez.
Fue un día, que cansado, confundido, y un poco decepcionado, Basuki abandonó la atención que tenía puesta en el astro por un momento, y miró a los árboles más altos de toda la zona. A pesar de que estaban a gran distancia, los observó con mucho detenimiento. En general, estos colosos eran los más longevos. Para su sorpresa, uno de esos gigantes ancianos, uno que no parecía pronto a caer, tenía los ojos cerrados y lo que podía interpretarse como una sutil sonrisa. Esta imagen shockeó a Basuki.
Tanto lo impresionó, que barajó por un momento la posibilidad de imitar a aquel anciano. Temblaba de solo pensar en esa idea. Cerrar los ojos era lo que los árboles acostumbraban hacer previo al momento de su caída.
En la selva circulaba desde siempre, la idea de que, al no tener un astro como referencia, los árboles que cierran los ojos se van inclinando lentamente. Luego, por esto, pierden altura, estabilidad y fuerza, y terminan cayendo. Aunque Basuki y todos los árboles que él conocía nunca habían presenciado un acontecimiento como ese, tomaban esta explicación como una verdad, y la consideraban una ley.
El ya adulto Menara pasó días reflexionando sobre aquel anciano de ojos cerrados mientras miraba a las estrellas, tanto las del día como las de la noche.
Fue un día en el que el sol brillaba con tal intensidad que encandilaba, que Basuki se armó de valor y se dijo a sí mismo «Estoy dispuesto a aceptar el destino que esta elección me depare». Miró al sol con cariño, le agradeció, y lentamente cerró los ojos, preparado internamente para tal vez no volver a abrirlos.
Nada drástico pasó, pero la luminosidad del sol, muy progresivamente, se iba sintiendo menos intensa. Más de una vez un frío temor corrió por su savia. «Ahora entiendo por qué nadie los cierra», se dijo riéndose de sí mismo.
Luego de un par de lluvias en esta postura, comenzó a experimentar un cosquilleo en una de sus ramas. Una familia de pájaros anidaba allí, pero nunca los había notado. «¿En qué momento llegaron?».
Estaba sorprendido: siempre creyó que su gruesa corteza no le permitía percibir sensaciones.
Una mañana, sintió un picor en un hueco que se le había formado en su tronco tras la caída de una de sus ramas. Notó que un grupo de murciélagos utilizaban la oscuridad de ese espacio para habitarlo. «¡Se mueven bastante para ser de día!», se dijo.
Un grupo de panteras nebulosas se acercó al árbol y aprovechó para gastar sus uñas en la corteza. Basuki recibió los arañazos con agrado, como si estuvieran rascándole la espalda.
Así fue notando y observando cada una de las especies que lo habitaban o que lo visitaban. También notó que para muchos él era una fuente de alimento, de sombra, incluso ¡a veces lo usaban como depósito de comida!.
Insectos, mamíferos, reptiles, hongos, plantas… tantas vidas que lo acompañaban en su crecimiento, mientras él era testigo del desarrollo que cada una iba teniendo. Con el tiempo, el particular árbol fue identificando que diferentes generaciones de la misma especie lo consideraban su hogar.
Aunque Basuki elegía tener sus ojos cerrados la mayoría del tiempo, cada tanto los abría. Aquel día miró a su alrededor, divisando a sus pares árboles. Estaban observando hacia arriba, hacia ese astro lejano que él tantas veces contempló con anhelo. En ese momento notó que una de sus extremidades se movía de forma extraña y desvió la mirada hacia abajo. Unos jóvenes monos de Borneo jugaban saltando de rama en rama bajo la atenta mirada de su madre. Basuki cerró los ojos y sonrió, tranquilo por haber encontrado su propio destino.