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Cuento corto #15

El tren Javier

Los Ferro son una familia muy unida y con muchas tradiciones. Llevan más de siete generaciones siendo trenes transportistas.
En el seno de esta familia nació Javier, un clásico tren de los Ferro: levemente delgado y con mucha más fuerza de la que parecería tener.
El día de su primer cumpleaños, su padre y su madre colocan al joven por primera vez en las vías para que tenga su viaje de bautismo, el cual consiste en hacer cien metros sobre los rieles. Tras unos pocos metros, Javier resbala y se cae hacia un costado. Su padre, frunciendo el ceño, lo asiste y lo vuelve a montar sobre el camino de acero. Nuevamente avanza un poco y vuelve a perder el equilibrio saliéndose de las vías.
Su madre, con preocupación y bajo la atenta mirada de su padre, revisa las ruedas del joven tren y descubre lo que para un Ferro podría describirse como una tragedia: Javi sufre el “Síndrome de los descarrilados”. Esta condición de nacimiento tan particular se describe como la carencia de “pestañas”, que son la parte que sobresale de la rueda de los trenes y le permiten mantenerse sobre las vías sin esfuerzo.
Al ver que, a diferencia del resto de su familia, no cuenta con esta parte tan fundamental para viajar sobre rieles, Javier siente que tiene un gran problema.
Sin embargo, esta situación no lo desanima, y dedica meses a practicar como mantener el equilibrio sobre las vías. Tiene cierto éxito… pero en los trayectos prolongados, inevitablemente dobla un poco de más o de menos y, por esto, acaba descarrilando.
Afligido y un poco frustrado con la situación, Javier deja su práctica y, sin previo aviso, decide viajar a las montañas.
En el camino, descubre que se siente mucho más cómodo moviéndose fuera de las vías, por lo que avanza directamente sobre el suelo, aunque sin perder de vista los rieles.
Tras varios meses de viaje, en una montaña recóndita, se encuentra en su camino a una flor de un color fucsia intenso. Como Javier valora toda forma de vida, desvía su trayectoria para no pisarla. Al pasar al lado de la flor, escucha que ella le dice:
—Gracias muchacho por tenerme en cuenta y no pisarme. Yo no te hubiera podido esquivar, ja ja ja.
Javier, divertido con la situación, la mira y le sonríe.
—Veo que eres un joven dulce y noble. ¿Cómo te llamas?, le pregunta la flor.
—Javier, le responde él.
—Yo me llamo Dalia, mucho gusto. Javier, noto que a diferencia del resto de los trenes que he visto no vas por los rieles, ¿podré pedirte un gran favor?.
El curioso joven piensa «¿Cómo un tren que no puede andar por las vías podría ser de ayuda?», pero a pesar de eso, escucha la petición de Dalia.
La flor le cuenta que su familia vive al otro lado de una distante cadena montañosa y que cuando ella era aún una semilla, fue alcanzada por una caprichosa ráfaga de viento que la hizo llegar hasta esa zona alejada. Le explica que ella está bien y se siente agradecida por la vida que tiene, solo que le gustaría visitar a su familia, pero que al ser una flor, no le resultaba posible moverse por sus propios medios.
Javier observa con curiosida d a Dalia, que le devuelve la mirada con una sonrisa. Luego lleva su vista a las vías del tren que se encuentran a unos metros. Evalúa que cruzar las montañas implica alejarse mucho de las vías y, por lo tanto, de la potencial ayuda que sus padres, hermanos o familiares pudieran suministrarle, ya que, a diferencia de Javier, a los otros trenes les resulta muy difícil moverse fuera de las vías.
El muchacho mira al cielo, respira y sube a la flor a su locomotora. Dalia, emocionada y alegre, desde esa posición tan alta, señala el otro lado de la montaña y grita:“¡A toda máquina!”. Javier se ríe y exclama “¡A todo motor!”; y de esa manera, comienzan su viaje. Casi inmediatamente Javier aminora la marcha porque… ¡Es cansador subir una montaña a toda velocidad!.
Tras tres días de charlas, canciones y hermosos paisajes, los viajeros llegan a un valle rodeado por flores de muchos colores intensos. Dalia señala una zona que está hacia el norte, y avisa emocionada “Ahí tiene que estar mi familia”. Juntos se acercan a esa área. La joven flor agita sus hojas y saluda a los gritos “¡Mamá, Papá, hermanos, tíos, abuelos, primos, soy yo, Dalia!”. Muchas de las flores miran sorprendidas a la extraña pareja, y al reconocer a la joven, agitan también sus hojas y mueven sus pétalos.
“Bienvenida!”, “¡Hola Dalia!”, “Dalia, no te veía desde que eras una semilla”, y muchas otras frases se escuchan al pasar. Javier está contento pero también un poco avergonzado, ya que lo miran mucho y con cara de sorpresa.
Dalia les presenta al tren y luego les cuenta toda la historia de cómo se conocieron y los detalles del viaje. Todos escuchan atentamente. Una vez que Dalia termina de contar la historia, los miembros de la familia le agradecen a Javier, aplaudiéndolo y dando gritos de alegría. El muchacho siente una gran felicidad y piensa «Qué linda esta sensación de sentirme útil y valorado».
Tras pasar la noche escuchando historias familiares, Javier mira el valle. Ve que los habitantes de esa ciudad usan elementos que él nunca había visto. Y también nota que hay varias construcciones hechas con materiales diferentes a los que él conoce. Probablemente, al venir de familia de trenes cargueros, eso le llama la atención. Consulta a la mamá de Dalia sobre esta situación y ella le cuenta todos los detalles. Le dice también que a ese pueblo no llegan los trenes, que de hecho, era la primera vez que esas flores veían uno, por eso estaban tan impactadas cuando llegó.
Unos días después, por primera vez desde que dejó su casa, Javier siente ganas de ver a su familia. Se arma de valor y le cuenta a Dalia que va a partir. La flor lo mira y le dice:
—¡Qué bueno, Javi! ¡Voy a poder conocer a tu familia de la que tanto me has hablado!.
El tren suena su bocina por el asombro. A pesar de haberse invitado sola, Dalia luego le pregunta si quería que fuese. Javi no lo duda y acepta con gusto esa propuesta de su gran amiga. Y, tras un día más de compartir, ya que las flores prepararon una fiesta de despedida, ambos parten rumbo a la casa de los Ferro. Como a los dos les gusta viajar y conocer lugares nuevos, toman un camino diferente al de la ida. Ven flores nuevas, a las cuales Dalia saluda y les pregunta el nombre, disfrutan del paisaje, conocen lagos, arroyos y hasta una cascada.
A pocos kilómetros de su hogar, Javier comienza a estar un poco nervioso. No puede olvidar la cara de pena que puso su familia cuando descubrió que tenía el síndrome de los descarrilados.
Ya muy cerca, avanzando por el suelo paralelamente a las vías, Javier toca su bocina. Toda su familia sale del hogar a recibirlo. Contrario a lo que imaginaba, todos se ven felices de verlo. Su madre se acerca para abrazarlo mientras su padre lo mira con felicidad. La madre, con los ojos llorosos, le dice:
—¡Qué alegría me da verte! Antes de irte, conversamos con tu padre de lo orgullosos que estamos de vos y de lo mucho que te queremos.
Su padre se acerca escondiendo las lágrimas y agrega:
—Mi reacción inicial por la falta de pestañas en tus ruedas fue desmedida, y me disculpo. Quiero que sepas que mi amor hacia vos no depende de ninguna condición que puedas tener ni elección que tomes.
Javier tampoco pudo contener las lágrimas y los tres se unieron en un abrazo. Pronto se sumaron los hermanos, primos y abuelos. Dalia, que estaba sobre Javier, también lloraba mientras acariciaba al joven tren.
Fue, obviamente, la flor la que se encargó de contar en detalle las aventuras y lugares que descubrieron. Los Ferro escuchaban asombrados, porque muchos de esos sitios que la flor describía no los conocían, ya que están alejados de las vías.
Javier compartió con su padres los detalles sobre el pueblo de la familia de Dalia y los innovadores productos que allí utilizaban. El gran tren quedó fascinado y decidió que iban explorar ese valle.

Generalmente, al ser tan costoso el tendido de vías, los Ferro no se dan el lujo de hacer un camino sin tener un destino cierto. Pero gracias a toda la información que tenían Javier y Dalia, no dudaron en colocar vías hacia el valle, generando grandes beneficios para los trenes y también a los pueblos circundantes.
A partir de ese momento, Javier y Dalia se convirtieron en buscadores de nuevos destinos para los Ferro, llevando a la familia prosperidad y nuevos horizontes, al mismo tiempo que ellos viajaban, conociendo lugares, haciendo nuevos amigos y viviendo emocionantes aventuras juntos.

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