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el invitado
Cuento corto #2

El Invitado

En ese momento pensé: «Yo no puedo estar pensando en esto».

«Yo no puedo (¿Yo?) estar pensando (¡¿Otro Yo?!) en esto».

Sentí que en mi cabeza se producía una especie de cortocircuito seguido de una explosión, como cuando un niño emocionado empuja la primera pieza de un efecto dominó gigante. Me fui percatando que mis oídos escuchaban sonidos que se condecían con lo que mis ojos veían en la televisión, mi boca se sentía seca, mi tacto estaba aburrido y los dedos se distraían con los botones gomosos del control remoto, mientras los pensamientos se debatían entre «¿qué se come hoy?» y «estos botones los deben hacer así de sensuales al tacto para que nos guste usar el control remoto y veamos más televisión». Toda la escena sucedía como si “yo” no participara.

De repente, bajaron sensaciones desde mi cabeza por mi columna vertebral hacia diferentes partes de mi cuerpo. Mi mente reaccionó confundida como si algo sospechoso sucediera, mis ojos quitaron la mirada de la tele para ver si estaba la ventana abierta y luego revisaron si tenía puesta la ropa: la ventana estaba cerrada, y el cuerpo estaba vestido. La mente dudó unos tres segundos más, pero finalmente volvió a entretenerse con la televisión.

Las sensaciones corporales me comunicaban una información, pero sin usar palabras. Lo primero que “oí” fue:

—Hola, mucho gusto. Soy Roberto, tu gestor de pensamientos.

La cabeza se me dobló para la izquierda, los ojos miraron para arriba y después de otros tres segundos de nuevos chequeos de ventana y ropa volvieron la atención a la pantalla.

La voz prosiguió.

—Me voy a comunicar por acá, por las sensaciones corporales, porque es la única forma que tengo para bypassear los pensamientos. Mantengamos a los pensamientos fuera de esto, que sigan en la televisión y conversemos un rato de esta manera: vos comunicate conmigo con unos símbolos inentendibles para la mente que te acabo de enseñar, y yo te envío mi parte por el cuerpo con las sensaciones.

Tomé el cuaderno que siempre tengo a mano para escribir mis ideas y comencé a garabatear unos símbolos. Me surgieron unos pensamientos que decían «¿Qué le pasa ahora?» y luego la mente concluyó: «Estoy aburrido, se ve», con lo que rápidamente perdió el interés en el cuaderno y los inentendibles símbolos y volvió la atención a la televisión.

Le escribí a ese tal Roberto:

—Mucho gusto, Roberto, soy Eduardo… ¡creo! ¿Qué querés decir con esto de que sos mi gestor de pensamientos?

Las sensaciones brotaban de diferentes partes de mi cuerpo con toda la info: me contó que, principalmente, se encarga de grabar y repetir escenas para que la mente las muestre. Las imágenes que los pensamientos muestran se generan según él las recuerda y, a veces, como no puede procesar tanta información, les baja la calidad a las imágenes o cambia detalles de los recuerdos («insignificantes», según él). Me dijo que las respuestas que da la mente siempre lo hacen con información previamente procesada. Y me confesó que él, Roberto, tenía como principal trabajo el de mantenerme lo suficientemente activo como para que yo pudiera seguir vivo, y él mantener su puesto de trabajo.

Garabateé más símbolos y le pregunté:

—¿Cómo es que hasta ahora vos y yo no habíamos hablado, Roberto?

—¡Porque estás siempre muy ensimismado en tus pensamientos! En ese momento que dudaste sobre tu participación en los pensamientos, barajaste la posibilidad de ser “el que recibe” los pensamientos. Si eras ese, te preguntaste quién los estaba generando.

»Llegaste a la conclusión de que no podías ser el que los recibe y los genera a la vez. Tras ese vislumbramiento, se produjo un conflicto neuro-psico-emocional, se te trabó una parte eléctrica del cerebro y ahí me conociste. No pensaba que fuera posible que pasara esto, pero se ve que pasó.

—Pero, Roberto, ¿Vos decís que no estoy en control de mis pensamientos, y que ellos de alguna manera me controlan a mí? A mí me parece que… —Me corrió una sensación por todo el cuerpo que era como una risa que surgía desde adentro. Alguna vez alguien se rió de mí, ¡pero nunca había sentido que se rieran desde el interior de mi cuerpo!. Cuando se calmó la sensación, Roberto me transmitió:

—No quiero arruinarte la noche. Sólo te voy a decir que mayormente tus pensamientos te van llevando para donde quieren. Básicamente, soy yo el que te va llevando. Lo malo es que no te puedo dirigir hacia los lugares que yo quiero ir…

Aunque no entendía bien, me dio un poco de pena.

—¿Qué son los sueños Robert? ¿Te puedo llamar Robert?

—¿Robert? ¿Por Roberto? Nunca lo había pensado. Sí, está bien, podés llamarme así.

»Sobre los sueños, son lo más parecido a un descanso para mí. Tené en cuenta que desde que te identificás conmigo, yo trabajo todo el día proveyendo a la mente la materia prima de los pensamientos, buscando en tus recuerdos, organizando memorias, haciendo tareas de limpieza de información, etcétera. Tené presente esto: nunca pensaste algo que no fuera un derivado de imágenes, sonidos, etc. que ya conozcas: agregando, quitando, uniendo y separando pensamientos; siempre intento que sea lo más interesante que se pueda, según tu depósito de memorias y lo que me indica mi manual de procedimientos. Así que aprovecho y durante la etapa de sueño no me esfuerzo demasiado. Hago una especie de collage bizarro con cosas a las que tengo fácil acceso, sin fijarme mucho en la lógica y la estructura espacio-temporal.

¡Me sentí aliviado porque mis sueños siempre eran un delirio… aliviado y un tanto decepcionado… mi Robert es medio vago!

—¿Y qué pasa entonces con las situaciones que no incluyen los pensamientos, como por ejemplo la experiencia del momento presente?

—No sé mucho de ese tema, eso vas a tener que charlarlo con Juan Carlos, del departamento de “Efímeros e instantáneos”. —Sentí que con esa información me transmitía algo de tristeza y melancolía… ¿sería que a Robert le hubiese gustado trabajar en ese puesto?

—¿Qué te gusta a vos, Robert?

Las sensaciones que recibí tenían una alegría infantil y algo de ternura.

—A mí me gusta pintar paisajes y me atrae la equitación. Lo que pasa es que este trabajo es altamente demandante y tengo poco tiempo libre…

Sentí un poco de pena por Robert. Yo sabía que pensaba demasiado, casi todo el tiempo. Que la mayor cantidad de pensamientos e ideas con las que jugueteaba eran totalmente inútiles y en muchos casos incluso perjudiciales. Me prometí hacer un esfuerzo por darle más tiempo libre a Robert.

—Una cosa más, Robert…

De repente, mi cabeza se sacude rápidamente como si me estuviera quitando nieve del pelo. Miro unos símbolos raros que están en el cuaderno que tengo enfrente. «¿Cuándo escribí esto? Es como si me hubiera dormido pero sin dormirme, como si me hubiera “ido”… qué raro. Me siento liviano y con una linda sensación en el cuerpo. Bueno, esta serie que me recomendaron no está tan mal, voy a ver el siguiente capítulo…»

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